Si estás enamorado y la persona te corresponde seguramente habrás notado
ciertos cambios en tu forma de ser, en tus comportamientos y forma de
pensar. Amar es una decisión que requiere un compromiso que se transforma en acciones. Incluso
para tus amistades todos estos cambios son visibles. Quieres hacer
feliz a esa persona, te alegra cuando sabes que lo consigues y quieres
estar el máximo tiempo junto a el/ella para compartir cosas y conoceros
más profundamente.
Cuando decides seguir a Dios y amarlo, esto también sucede pero a mayor escala, ya que influye además de en tu día a día, en tu vida espiritual y a la eternidad de tu alma. Él nos amó primero, es decir, ya te ama. Pero las relaciones son cosa de dos.
Pero el amor de Dios es a la vez totalmente diferente al de la pareja. No te pide que le hagas cosas para que su amor siga, no depende de las buenas acciones que hagas, pero obviamente implica también un compromiso, una fidelidad a sus cosas. Pero es que si hay amor, todo fluye. Nuestras nuevas acciones y las buenas obras son una consecuencia de esa relación con Dios.
Estar cerca de Dios, de su amor, nos cambia.
Cuando decides seguir a Dios y amarlo, esto también sucede pero a mayor escala, ya que influye además de en tu día a día, en tu vida espiritual y a la eternidad de tu alma. Él nos amó primero, es decir, ya te ama. Pero las relaciones son cosa de dos.
Pero el amor de Dios es a la vez totalmente diferente al de la pareja. No te pide que le hagas cosas para que su amor siga, no depende de las buenas acciones que hagas, pero obviamente implica también un compromiso, una fidelidad a sus cosas. Pero es que si hay amor, todo fluye. Nuestras nuevas acciones y las buenas obras son una consecuencia de esa relación con Dios.
Estar cerca de Dios, de su amor, nos cambia.