miércoles, 23 de julio de 2014

Cacería

¿Has visto alguna vez a una gaviota cazar?

Yo si. El año pasado, en invierno, dando una vuelta por el paseo marítimo nos detuvimos en un punto a observar el mar. Estaba en calma y el olor a salitre estaba en el ambiente, húmedo.
Sobre el agua habían varias gaviotas dando vueltas, los peces nadaban en ese momento cerca de la superficie, incluso alguno se animaba a saltar, y querían aprovechar la situación. Las gaviotas no los perdían de vista y, de vez en cuando, iban en picado hacia el agua para intentar conseguir alguno, sin ningún éxito.

¡Hasta que sucedió!

Una de las aves, que apenas se tuvo que mojar, sacó del agua un pez enorme en comparación a ella. Era la mitad de grueso que la gaviota pero casi el doble de largo. El pobre pez se removía intentando soltarse, quería volver desesperadamente al agua, pero no lo consiguió. De hecho, la gaviota, para asegurarse de que no se le escapaba fue hacia la orilla, y lo echó a la arena. Rápidamente una compañera fue hacia el lugar para picotear también el festín. Pero cerca había un hombre que lo había visto todo, fue corriendo espantando a los pájaros y corriendo llevó el pez al agua. Estaba herido. Cuando lo puso en la orilla el pez fue nadando hacia el interior, pero con mucho trabajo, ya que no podía mantener una dirección recta. Puede ser que esas heridas, con el tiempo, se hayan sanado, pero también es posible que hayan acabado con su vida de un momento a otro.

Esto me hace recordar que el enemigo siempre va estar atento a nosotros, buscando nuestros puntos débiles y momentos en los que estamos más desprotegidos para atacarnos. Puede ser que en alguno de esos intentos llegue a "cazarnos" y hacernos daño, pero contamos con la ayuda de Dios. Él no solo "espantará" al que nos intentó hacer mal para devolvernos al lugar donde debemos estar, sino que además curará nuestras heridas. 


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