sábado, 2 de agosto de 2014

Crecer para entender

Cuando tenía 5 años iba con mis padres y hermana a un camping los fines de semana. Allí conocía a muchos niños, pero Andrea era mi mejor amiga. Me gustaba jugar con ella, ir a la piscina, pisar charcos bajo la lluvia,... y compartíamos todo.

Una noche todos los padres se reunieron fuera a cenar. Andrea y yo estábamos en mi roulot. No recuerdo exactamente el motivo, pero fui al cuarto de mis padres, subí a la cama y cogí el monedero de mi padre. Para mi el dinero no tenía un significado especial, no entendía el mecanismo, solo sabía que a veces mi padre me daba una moneda de 100 pesetas (a la que yo llamada "un duro gordo") y con eso podía pedir chuches en los kioskos. 
Nos sentamos en la esquina de la cama, saque el dinero y empecé a repartirlo con ella: una moneda para ella y otra para mi, así sucesivamente. Cuando las repartí todas en el monedero sólo quedaba un billete, ¿qué podía hacer con eso? No se me ocurrió otra cosa que partirlo por la mitad... Medio billete se lo di a Andrea y el oro medio me lo quedé yo.
Después de eso puse el monedero en su lugar y seguimos jugando en otro lado.

Cuando ya todos terminaron de cenar y fuimos cada uno a su lugar, alguien llamó a nuestra roulot. Era Andrea y su padre. Le contó al mio que había encontrado a su hija con todo ese dinero y que era nuestro, y claro tuvimos que explicar que habíamos hecho.

Cuando se fueron, ¡tuve una gran regañina! Pero la verdad es que no entendía muy bien el motivo, ¡solo había compartido unas monedas y un trozo de papel con mi mejor amiga! ¿Tan malo era eso? Lo único que me quedó claro era que las cosas de papá no se tocaban y que no tenía que volver a hacer eso.

Hasta que no crecí lo suficiente no me di cuenta realmente de mi error, de que está bien compartir, pero no de esa forma. Y que el dinero tiene un valor, un funcionamiento y que a mis padres les costaba mucho trabajo conseguirlo.

De esta misma forma Dios nos disciplina. Muchas veces pensamos o hacemos cosas que creemos que están bien, o más bien, que pensamos que no es algo tan malo. En fin, hay mucha gente que hace cosas peores, ¿no? Sin embargo, si vamos a la Biblia resulta que según Dios no es así. En este caso tenemos dos opciones, someternos a la verdad de Dios, o seguir pensando que "no es tan malo". Pero claro, después vendrán las consecuencias.
Podemos no entender ciertas cosas que Dios nos esté diciendo en determinados momentos, y puede ser que nos ocurra durante un tiempo. A veces necesitamos madurar en su voluntad para poder comprender esas situaciones, igual que yo necesité cumplir más años para entender por qué eso que había hecho había estado mal. Lo bueno es que si decides seguir a Jesús el Espíritu Santo pasa a estar contigo. Viene a ser tu guía dándote conciencia de lo que está realmente mal, para que puedas evitarlo o arrepentirte, según el caso.


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