jueves, 12 de noviembre de 2015

Prisioneros de la amargura

Perdonar puede ser una decisión difícil. Pero Jesús me perdonó antes de haber nacido, antes de haber hecho nada, antes de decidir seguirle... Y te aseguro que yo no lo merezco.
Y si Jesús es mi modelo a seguir... Aquí tampoco puedo hacer excepciones.

Ya no es solo dar el perdón a alguien, también significa liberarme de la amargura que produce el rencor.

Cuando decidimos no perdonar abrimos una brecha a merced del Diablo. Todo lo relacionado con la persona que nos ha hecho daño se nos vuelve amargo y la crítica se apodera de nosotros. El odio y la búsqueda de venganza nos hace esclavos. No podemos estar bien con todos, hay veces que la otra persona no pone de su parte, pero si podemos decidir perdonar.
Perdonar no significa olvidar. Significa dejar de recriminar. Es dejar de tolerar abusos, pero confrontándolos con amor.
Es complicado llegar al punto perfecto de la balanza, pero el alivio que produce al alma es inigualable.

Todo es un camino, y aprender a perdonar no es una excepción. Pero para ello primero hay que amar, como Dios lo hizo. ¡Uff! Más difícil todavía, ¿verdad?

Pero si no se ama, ¿de verdad se perdona?

;)


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